lunes, 15 de marzo de 2010

LO QUE PASÓ, PASÓ..!




¿Es de sabios repetir nuestros propios errores y los que vimos cometer a otros, sabiendo las consecuencias que ocasionaron?... Lo que más me preocupa es cuando me encuentro con personas que se niegan a mirar atrás y recapacitar sobre sus propios caminos... diciendo “¡Lo que pasó, pasó!...”.


A menudo oímos esta frase: “Debemos aprender de nuestros errores”, y es muy cierta, porque como dice un antiguo proverbio: “Sólo un necio comete el mismo error dos veces”. Claro, si esto es cierto -y si lo es- debemos asumir una dosis de necedad, más allá de nuestra capacidad intelectual o formación académica. Y... aunque nos resistamos a aceptarlo, sabemos que es así.

También es importante aprender de los errores ajenos, y principalmente de aquellos en los que han incurrido quienes conocemos bien, para no repetir lo mismo. No con un ánimo de cuestionamiento o crítica, sino con la disposición de evitar sufrir o hacer sufrir innecesariamente a otros y crecer como personas. Debemos preguntarnos: ¿Es de sabios repetir nuestros propios errores y los que vimos cometer a otros, sabiendo las consecuencias que ocasionaron?.

Si mirásemos a nuestros padres, abuelos y aquellos con quienes nos relacionamos; y en el momento de tomar decisiones nos detuviésemos un instante a reflexionar sobre cuales fueron las consecuencias a través del tiempo de sus decisiones en condiciones similares, muchos de los sufrimientos que hoy padecemos los hubiésemos evitado.

Pero lo que más me preocupa es cuando me encuentro con personas que se niegan a mirar atrás y recapacitar sobre sus propios caminos evadiendo medir las consecuencias de sus palabras y hechos, diciendo “¡Lo que pasó, pasó...!”, parafraseando parte del estribillo de una canción popular.

Es sabio meditar sobre nuestros caminos, sobre las consecuencias de las decisiones tomadas en nuestro diario vivir, sean éstas buenas o malas. Más aún en el antiguo libro del que hacía mención, la Biblia, Dios dice, “Yo, el Señor todopoderoso, les digo que piensen bien en su conducta...” o como lo expresa otra traducción “Mediten bien sobre vuestros caminos...”.

Hay personas que con su afán de mirar hacia delante, dan por cerrado su pasado, otros por temor a revolver en él, dado a que se niegan a asumir las consecuencias de sus hechos, y más aún aceptar explícitamente el daño que se hicieron a sí mismos y ocasionaron a otros.

Hay una frase que encierra una riqueza muy grande y es bueno que la tengamos en cuenta: “Para tener victoria en el presente, debemos reconciliarnos con nuestro pasado”, o sea mientras no resolvamos lo pendiente no podemos seguir avanzando sanamente en la vida. Sí, es duro tener que aceptarlo pero es así. Permanecemos limitados, como si estuviésemos atados a nuestro pasado.

¿Cómo entonces podemos reconciliarnos con nuestro pasado, para poder seguir avanzando?. Lo primero que debemos hacer es decirnos y decir la verdad, no “nuestra verdad”, sino la verdad objetiva, la verdad tal cual es, esto es fundamental. Lo segundo es reconocer nuestros errores y dar los pasos claros y necesarios para tratar de remediar todo lo que esté a nuestro alcance. Esto se llama restitución.

Algo así hizo un hombre llamado Zaqueo -en los tiempos de Jesús-, quien había defraudado y estafado a muchos, un día, después de encontrarse con Jesús y reconocerle como el Señor y Salvador de su vida, tomó conciencia de sus hechos y decidió devolver lo que no era suyo, o sea se reconcilió con su pasado.

Alguien me dirá que Jesús dijo a quienes le seguían que las cosas viejas pasaron y que todas eran hechas nuevas. Y si, es cierto que lo dijo, pero en su expresión no dice que se dé una vuelta de página tapando con un manto las propias miserias, sino, no volver a repetir los mismos errores, ni seguir viviendo las mismas vidas desordenadas del pasado, sabiendo que Dios da la oportunidad de comenzar de nuevo, ahora tomados de la mano de Jesús, reconciliándose con su pasado.

Si está en lo profundo de tu ser experimentar este cambio, debo decirte que sólo te será posible enfrentarte con tu pasado si adoptas una actitud similar a la de este cobrador de impuestos para el imperio romano, quien era culpable de traicionar a sus compatriotas en beneficio propio y del César. Pero que se arrepintió y decidió seguir a Jesús y con su ayuda pudo dar un giro valiente de ciento ochenta grados en todos los aspectos necesarios de su vida.


Pr. Rubén Jorge Rodríguez