lunes, 7 de junio de 2010

ANSIEDAD E INSATISFACCIÓN



El vivir en tensión nos produce nerviosismo y este hace sufrir también a quienes nos rodean, -ya que no es fácil convivir con quien vive en insatisfacción-, convirtiéndose en víctimas de la crisis personal que estamos viviendo.


Hay dos sentimientos que por momentos nos invaden a todos, uno es la ansiedad y el otro es la insatisfacción. Cuando la frustración comienza a asomarse, también comienza a hacerlo la ansiedad y la insatisfacción.

Cuando deseamos obtener algo y al ver que cada día está más lejos de nuestro alcance, nos ponemos ansiosos, siendo muchas veces esto sólo el inicio de graves problemas, crisis o conflictos. Algo parecido sucede cuando dejamos de contar con algo que para nosotros era normal tenerlo, -aunque quizás no lo sea para otros-, o cuando no tenemos lo que deseamos -o pensamos que necesitamos-, se genera un estado de insatisfacción que nos roba la felicidad.

Por naturaleza aunque en menor o menor escala, convivimos con estos sentimientos, porque en el fondo siempre estamos queriendo algo o sentimos que algo todavía nos falta. Esto es parte de la naturaleza humana y a su vez el motor que nos motiva a seguir adelante para crecer como individuos y como familias. Pero cuando supera el límite, comienza a producirse sufrimiento, agresión o angustia. Es entonces cuando debemos detenernos y replantearnos sobre las profundas motivaciones de nuestro interior.

El vivir en tensión nos produce nerviosismo y este hace sufrir también a quienes nos rodean, -ya que no es fácil convivir con quien vive en insatisfacción-, convirtiéndose en víctimas de la crisis personal que estamos viviendo. Este estado de tensión interior produce amargura o sea una profunda tristeza y un negativismo provocando en muchos casos depresión.

Encontramos un párrafo de una carta que escribió el apóstol Pablo a manera de consejo y enseñanza a personas que vivían en la antigua ciudad de Filipos y estaban sufriendo algo parecido o estaban expuestos a ello: “No se aflijan por nada, sino preséntenlo todo a Dios en oración; pídanle y denle gracias también.”

Aquí encontramos una receta efectiva para que seamos libres de esta ansiedad e insatisfacción. Nos dice que es necesario contarle a Dios, todas las cosas, aún suplicándole, poniendo nuestros deseos y necesidades a sus pies adoptando una actitud de descanso y agradecimiento por lo todo lo verdaderamente bueno con que contamos. Porque el que descansa, espera en paz el tiempo que sea necesario y no se desespera hasta la solución del problema. Más aún, muchas veces hasta llega a olvidarse de aquello que le producía la ansiedad y la angustia.

Les sigue diciendo: “Así Dios les dará su paz, que es más grande de lo que el hombre puede entender; y esta paz cuidará sus corazones y sus pensamientos, porque ustedes están unidos a Cristo Jesús”. Habla de una paz no conocida por la mayoría, ya que en nada se parece a la que podemos entender y por ende desear, es la que proviene del cielo, y aunque no seamos conscientes de que la necesitamos, es lo que nos falta. Alguien me dirá que no es lo que desea o necesita, pero en definitiva tanto la ansiedad como la insatisfacción expresan la ausencia de ella.

Claro, es evidente que este consejo esta condicionado por estar “unidos a Cristo”. ¿Qué es esto? Podemos explicarlo en forma sencilla. Es un acto concreto, personal y voluntario en el que debemos entregarle nuestra vida a Jesucristo. Un acto de reconocimiento de quien es El y de nuestra condición de necesitados, quien arrepentidos, no sólo ponemos nuestra ansiedad e insatisfacción a sus pies, sino también nuestras vidas.

Cuando vivimos con este tipo de paz con nuestros semejantes, con nosotros mismos y fundamentalmente con Dios. Mientras nos esforzamos para superarnos y crecer, -y aunque mientras tanto quizás nos falten cosas-, viviremos en reposo y descanso. Y... ¿Puede sentirse fracasado quien vive así...?.



Pr. Rubén Jorge Rodríguez