lunes, 10 de mayo de 2010

EN LA CORNISA



El problema no es tanto pararse en una cornisa, sino bajarse de ella, pues es muy difícil darse vuelta y retroceder, y si se decide seguir avanzando es “mas de lo mismo”, cayendo en la desesperación.


Al recorrer diferentes ciudades podemos observar las mas variadas edificaciones, algunas muy antiguas, otras no tanto, que marcan un contraste con las nuevas que se erigen soberbias aunque con un estilo mas simple. Cuando nos detenemos a observarlas vemos que en la mayoría de ellas, y fundamentalmente las no tan modernas, se destacan distintos tipos de cornisas.

Podríamos definirlas como lugares aparentemente firmes y extremadamente angostos. De un lado una pared que no podemos traspasar ni tomarnos de ella, del otro un precipicio y sus extremos terminan en el “vacío” o empalman con otra cornisa.

Para poder pisarla y andar sobre ella es necesario acceder generalmente por una ventana, por un balcón o descender desde una terraza. El problema no es tanto pararse en una cornisa, sino bajarse de ella, pues es muy difícil darse vuelta y retroceder, y si se decide seguir avanzando es “mas de lo mismo”, cayendo en la desesperación.

Cuando alguien se encuentra en una situación así y desea bajarse, tiene que tomar una decisión, arrojarse al vacío y sufrir las consecuencias -cosa no recomendable-, confiar en que alguien quizás intente amortiguar en parte con una red o algo semejante el golpe al caer, o bien esperar que alguien de mucha confianza suba a rescatarle en la plataforma de un brazo de grúa.

Así es la vida de muchos de los que leen esta nota, ya que están caminando por “la cornisa de sus vidas” y no encuentran salida. Puede ser por incidencia de otros, o por determinación propia, pero en definitiva sea cual fuese el origen para comenzar a transitar por la cornisa, tuvieron que tomar la decisión de hacerlo.

¡Puedes estar transitando por tu propia cornisa! Caminar al borde del precipicio con un “estilo propio de vida” o el del grupo con quien te relacionas, creyendo que así se vive o justificando lo que en el fondo sabes que no está bien, defendiéndolo -a veces con uñas y dientes-, tratando de buscar justificarte ya que la conciencia te inquieta, o relacionándote con otros que también vivan lo mismo y como dice el refrán criollo “mal de muchos, consuelo de tontos”.

Caminar al borde de lo ilícito, caminar al borde del desastre, como quien juega con una “ruleta rusa”, pensando ¡Que sea lo que sea!, o ¡No va pasar nada! O siguiendo la corriente de pensamiento de otros y razonando sobre esa base decir ¡Si otros lo hacen o dicen, no debe ser malo!

Podemos definir distintos tipos de cornisas, la de los pensamientos, de los sentimientos, de las emociones, de los hechos, la cornisa de la falta de relación con Dios, la cornisa del rechazo a Dios, la cornisa de saber que Dios es la verdad pero no estar dispuestos a seguirle negándonos a nosotros mismos.

Un antiguo proverbio dice lo siguiente, “Hay camino que al hombre le parece derecho, pero su fin es caminos de muerte”.

¿Como puedes bajarte de la cornisa por la que transitas? Cuando en tu interior sabes que “algo está mal”, has descubierto que ya estas caminando por una cornisa. Entonces cabe que te preguntes ¿Que prefieres, que te rescaten o intentar tirarte al vacío? La sencilla respuesta es que: Jesús es quien vino para rescatarte y enseñarte un nuevo modo de vivir “sin cornisas”. Sólo quiere que confíes en El, -porque El es Dios mismo-. Que creas que desea ayudarte a salir adelante, y lo hace porque te ama sinceramente. Que reconozcas que has tomado un camino equivocado y arrepentido confíes en El.

Cuando estire sus brazos para rescatarte solamente debes tirarte en ellos reconociendo tus faltas y decirle que de ahora en más quieres que te enseñe una nueva manera de vivir. No sólo te pondrá en un lugar seguro, sino que sanará tus heridas y te guiará el resto de tu vida.



Pr. Rubén Jorge Rodríguez