viernes, 18 de septiembre de 2009

MIENTRAS CAIAN LAS BOMBAS

Recuerdo que era muy pequeño aunque no puedo precisar mi edad. Creo que no superaba los cuatro años, vivía con mis padres en una zona descampada, en las afueras de una ciudad ubicada en el Gran Buenos Aires. Regresaba junto a ellos caminando de la casa de mi abuela, por una calle sin pavimentar distante unos cuatro o cinco kilómetros. Ya había anochecido.

En un instante, nuestro tranquilo retorno se vio interrumpido por sonidos que no recordaba haber oído; eran estallidos. Al instante mi padre nos dijo ¡Son bombas!, se oían el estallar en algún lugar cercano. Era otro de los momentos difíciles que nuestro querido país ha sufrido, tiempo de lágrimas o bronca en unos y euforia en otros. No sabía con exactitud que era lo que ocurría. La poca gente que habitaba las escasas casas y quintas en un instante desaparecieron de nuestra vista. Se habían refugiado llenos de temor en ellas. Todo quedó desierto. En medio de la oscuridad y esos estallidos hizo que por un instante permaneciéramos parados sin saber que hacer.

Otra vez oí la voz de mi padre –un hombre de buen porte- decirnos que estuviésemos en paz, y que sigamos nuestro camino rumbo a la casa. De este recuerdo lo que me quedó gravado fue que alzándome me tomo fuertemente en sus brazos, y en ese instante el miedo y el desconcierto que se habían apoderado de mí desapareció; las bombas seguían estallando igual, pero yo estaba en los brazos de mi padre, sujetado por sus fuertes manos.

El resto de nuestra caminata, fue como una aventura vista desde otra óptica, desde la seguridad y protección que yo había encontrado. Cómo poder explicar con palabras lo que uno experimenta en un momento así a tan corta edad?. Sólo que aunque todo seguía igual, para mi era todo distinto pues sentía que él me protegería de lo que fuese, aún de las bombas?. Hoy, cincuenta años después no puedo olvidarlo, y lo llevo conmigo como el recuerdo más grato que experimente en medio de esa crisis y uno de los que marcó mi vida.

Muchas personas de distintos estratos sociales, culturales y económicos han tenido experiencias semejantes., -aunque quizás de otro tipo- y están paralizados y temerosos frente a situaciones con las que se enfrentan. Desearían contar con sus padres para acurrucarse en sus brazos como niños, pero por alguna razón ya no cuentan con ellos, o no sería posible darse esta situación. Lo llamativo es que al ser parte de la privacidad de cada uno, sienten cierto pudor o vergüenza en decirlo, por temor a ser considerados débiles, necesitados o menos, porque es así en realidad como se sienten.

Algunos recurren a involucrarse en “grupos de pertenencia”, que en algunos casos ayudan pero en otros aún acentúan la crisis, porque esta necesidad no se sacia por consolarse viendo a otros con una necesidad similar insatisfecha. Es como si una tortuga sufriese por el caparazón que posee, pero lo lleva puesto y aunque conviva o se encuentre con muchas tortugas que también sufriesen lo mismo, en el fondo poco o nada cambia, porque es parte de la realidad de cada una.

El libro más impreso y leído en la historia de la humanidad, la Biblia, resalta muchas veces la condición de Dios como Padre y creador. Sé que alguien pensará ¡Es cierto que Dios existe, pero es tan grande y está tan lejos que no puedo imaginarlo como mi padre y menos descansar en El!. Pero aunque este pensamiento quizás no sea lejano a su realidad, debe tener presente que justamente lo que debe cambiar es su realidad.

Dios es nuestro creador, por eso somos sus criaturas, pero también quiere ser nuestro Padre. Y para que esto ocurra necesitamos que nos adopte.

Esto que parece algo extraño para algunos es la razón principal por la que Jesucristo vino, pues cuando creemos firmemente que es el Hijo de Dios y ponemos toda la carga que nos agobia de todo aquello en lo que hayamos errado -sea en forma voluntaria o involuntaria- a sus pies, y aún más, depositamos toda nuestra confianza en El, aceptándole como nuestro Señor y Salvador, en ese mismo momento se produce nuestra adopción por parte de Dios, el Padre, Por eso y sólo de esta forma podemos estar seguros que Dios es nuestro padre y como consecuencia, nosotros sus hijos, porque hemos sido adoptados por El.

Si este proceso de adopción ocurre en tu vida, tendrás la libertad que el otorga a todos los que adopta como sus hijos, de hablar con Él, contarle tus cosas, tus alegrías, tristezas, dudas y temores. Pedirle ayuda y guía sobre tu vida. Y cuando te sientas que estás en medio de un bombardeo y o que te abandonan o te sentís solo, verás como te toma en sus brazos, se protege firmemente y te dice ¡vamos sigamos adelante!. Mientras te sentís con la seguridad de un niño en los fuertes brazos de su padre quién le ama profundamente y no dejaría que nada malo te ocurra si permaneces en sus brazos.



Pr. Rubén Jorge Rodríguez