martes, 29 de septiembre de 2009

VOLVER A LA FUENTE


Hace unos días acompañé a uno de mis hijos a concretar unas compras efectuadas por Internet en la ciudad capital de nuestro pais. Para ello tuvimos que ir a dos domicilios particulares ubicados en dos edificios en torre, de dos de los barrios más elegantes; lo llamativo fue que en ambos casos al anunciarnos a través del portero eléctrico respondieron ¨ya bajo¨. Al descender de los ascensores ya traían en sus manos los productos que vendían, exhibiéndolos y probándolos en la puerta del edificio, lleno de cámaras de seguridad. No lo hicieron por falta de cortesía, sino llenos de temor.

Observamos como la inseguridad en nuestro país va avanzando a pasos agigantados. Olas de asaltos, secuestros ¨express¨, violaciones, violencia que sobrepasa la crueldad que podíamos imaginar y para obtener lo que se proponen, muchos recurren a los más sofisticados métodos o utilizando una crueldad inusual, llegando a la tortura.

Hace unos pocos años esto lo veíamos en las grandes ciudades, y mucho mas concentrado en el cono urbano bonaerense, aunque en mucha menor magnitud. Lo llamativo es que a pesar que las condiciones difieren entre ciudad y ciudad y entre pueblo y pueblo, esto ha llegado a muchos puntos de nuestro territorio, que por naturaleza tienen culturas propias, pasando por encima de ellas.

Muchas ciudades ya comienzan a vivir esta extraña sensación; combinación de temor y desconfianza, llegando en algunos casos al terror, que deja marcas muy profundas cambiando el comportamiento, las costumbres y las actividades tanto familiares como sociales.

Como explicar este fenómeno que tanta angustia trae a quienes son víctimas y a quienes quizás en algún momento lo sean en sus casas, comercios, a la vuelta de una esquina, en un parque, en la playa o simplemente en un descampado. Muchos hablan de implementar métodos de contención y aumentar los de prevención, de leyes mas duras, de bajar los años de imputabilidad, aún otros esbozaron la sugerencia de la pena de muerte, aún por los medios masivos de comunicación.

La delincuencia enmarcada en estas características, no responde al argumento de falta de trabajo o de la no posibilidad de hacerlo –cosa que tampoco la justificaría-, sino mas bien a un perfil muy preocupante fruto de la alteración de los valores sociales.

Convivimos con una filosofía de vida, que si bien siempre la hubo en algunos sectores marginales, ahora emerge en forma descontrolada llena de resentimiento y desconsideración frente al dolor de sus semejantes, como expresión de no valorarse ni amarse a si mismos, menospreciando el futuro y aún más sus propias vidas.

Nuestra pregunta es donde están los progenitores de estos adolescentes, jóvenes y de otros ya no tan jóvenes. Sin ánimo de prejuzgar, debemos reflexionar en qué es lo que les enseñaron y mas aún que ejemplos les dieron, que valores fueron inculcados, qué limites tuvieron. Es claro que en la mayoría de los casos de delincuencia, las crisis de las familias donde se criaron condicionaron estos valores sea directa o indirectamente, voluntariamente o no.

¿Por dónde entonces debiéramos avanzar para reducir en forma progresiva este flagelo?. Creo que la respuesta esta a la vista. Restaurar las familias y ayudar a concretar las nuevas con valores éticos, morales y sociales que Dios ha dispuesto desde el principio. Si, aunque muchos lo resistan labios para afuera, en el fondo de sus corazones saben que ahí es donde radican la crisis de nuestra sociedad.

Para hablar de familia es imprescindible mencionar a Dios, ya que fue su creador. En el principio unió a un hombre y una mujer para formar un nuevo ente indisoluble, debiendo aprender a convivir, corregirse y ayudarse entre si basados en las instrucciones que él mismo impartió, ya que su disolución era inimaginable porque habían sido “unidos hasta que la muerte los separase”.

Hay personas que invocan a Jesús y aún tienen representaciones de él colgando de sus cuellos, sobre mesas, repisas, o aún de las paredes, desconociendo que lo que él realmente quiere es morar en los corazones de aquellos que con sinceridad le buscan, dispuestos a que sus valores y principios pasen a ser los suyos propios. Es necesario como dirían algunos “volver a la fuente” para restaurar, o formar familias de acuerdo al “manual del fabricante”.

La mejor elección es la que muchos ya hemos tomado, partiendo de una sencilla oración decirle que quieres basar tu vida y familia en Jesús, pidiéndole con profunda sinceridad y arrepentimiento -por haber vivido independientemente de él-, que more en tu corazón.

Si lo haces y te dispones a seguirle de cerca junto a aquellos que tomaron esta valiente decisión, verás como tu familia irá incorporando nuevos valores, y a la vez servirá como referente para otras que lo anhelan y no saber como “volver a la fuente”.


Pr. Rubén Jorge Rodríguez